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Mi respuesta por qué soy nacionalsocialista

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22 febrero 2016

Texto publicado el 14 de septiembre de 1986 en el diario chileno El Mercurio.

English version…

 
¡Cómo cambian las cosas! Por más de cuarenta años fui un regular colaborador de El Mercurio. En 1947 fui a la Antártida, en la segunda expedición chilena, representando a este diario. Desde la India, por casi diez años, desde Yugoslavia y Austria, seguí siempre enviando mis trabajos y artículos. Y, ahora, en 1986, este mismo diario dedica toda una página a ridiculizarme y atacarme. En 1947 y en 1951, fecha de mi primera visita a Europa, el director de El Mercurio, el inolvidable amigo y escritor Rafael Maluenda, publica mis crónicas sobre Hitler y Berchtesgaden, respetando mis ideales, que siempre fueron los mismos, que nunca han cambiado. ¿Qué es lo que ha cambiado, entonces, en nuestro país, que ahora nadie respeta a nadie, no se reconocen los valores, ni los servicios prestados, ni la labor desarrollada, ni mucho menos que un hombre mantenga sus ideales, o que tenga ideales? Algo muy profundo se ha modificado, se ha destruido para siempre. Los caballeros se han acabado, el respeto, el sentido del honor, de la lealtad. Sobre todo, la amistad. Eso que hacía que los hombres fueran amigos aun cuando pensaran diferente; porque eran chilenos, porque eran caballeros. Sin embargo, es cierto que hay algo en nuestro país que tira hacia abajo y que habría sido heredado de la España no visigoda, de esa España con sangres diversas y opuestas: la envidia, el deseo de destruir todo lo que sobresalga, lo bello, lo creador, lo imaginativo. Aquello que hacía decir a Gabriela Mistral, de un modo muy criollo: «No me voy a vivir a Chile, porque allá me van a llamar “la Gabi” y me van a tomar para “el fideo”». Y que tal vez haya llevado a Claudio Arrau a cambiar su nacionalidad por la norteamericana.

Escribo en esta ocasión solo para exponer esos ideales, que en esta página se ha pretendido ridiculizar, haciendo mofa de ellos; porque creo tener el derecho a defenderlos, siendo mi persona lo menos importante para el caso.


Un poco de historia

Desde la masacre de los nazistas chilenos, en el año 1938, yo soy un nacionalsocialista. Antes no lo era, sin haber pertenecido jamás a un partido político y habiendo sido un joven escritor. En esos años mis simpatías se hallaban con la izquierda, a causa de la muerte de mi amigo de la juventud, el escritor Héctor Barreto, quien se había hecho socialista. Éramos muy jóvenes y justamente reaccionábamos emocionalmente. En todo caso, por ser un aristócrata de verdad, de las antiguas cepas de Chile y de España, jamás fui ni podría haber pertenecido a la derecha plutocrática y económica de este país, ni de ningún otro, al igual que aconteciera con mi tío Joaquín Fernández y Fernández, con mi abuelo, Joaquín Fernández Blanco, con mi bisabuelo Pedro y su hermano Domingo Fernández Concha, y mi tío el poeta Vicente Huidobro Fernández. Nuestras tendencias estaban hacia la izquierda; digamos mejor, hacia los desposeídos, hacia los humildes, hacia «los nobles de abajo», los auténticos, los que no tienen nada, pero tienen honor y lealtad. Esto me lo enseñó mi padre, diciéndome, cuando era muy niño: «La nobleza se encuentra siempre en los extremos, en el verdadero aristócrata y en el hombre del pueblo; lo peor es el “siútico” y el plutócrata».

Esta es la historia breve, mi historia también y la historia de Chile, de unos años ya olvidados, de unas décadas ya oscuras, que se ha pretendido borrar, pero que guardan ocultas sus raíces, que son las de los acontecimientos posteriores de nuestra historia política y social, como lo explico en detalle en mi libro Adolf Hitler, el último avatâra.

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