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El dador de Sentido

Fragmento

Friedrich Nietzsche en 1882.
23 mayo 2020

El hombre tiene, al parecer, dos posibilidades.

Capítulo extraído de la segunda parte de Nietzsche y el Eterno Retorno.

 

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Yo camino entre los hombres como entre fragmentos de un porvenir que veo… ¿A esto se reduce mi esfuerzo: poder reunir y recomponer estos fragmentos y todo lo que es enigma y azar terrible?

¿Y cómo soportaría yo ser hombre si el hombre no fuera también poeta y adivinase enigmas, salvando el azar?… Poder reproducir el mundo, que no es más que una consecuencia de azares… Salvar todo el pasado y salvar todo lo que fue, para hacer lo que debería ser. Esto es lo único que yo podría llamar salvación.

El hombre es una cosa informe, una materia, una piedra que tiene necesidad de un escultor… ¡Oh, hombres, para mí hay dentro de la piedra una estatua que duerme, la estatua de las estatuas! ¿Por qué ha de dormir en la piedra más terrible y más dura?

Hacer aparecer la vida absurda como la suprema riqueza… Quiero introducir un imperativo de creación en la ciencia. La necesidad impulsiva de crear un ser que exceda nuestra especie… Me ha visitado una leve sombra, la sombra del Superhombre…

 

¿Qué es este «fantasma» sino un ser que no existe, que el hombre presupone, pero que indica la finalidad de la existencia? Esta es la libertad de todo querer, o sea, de todo lo arbitrario. «¡En la finalidad reside el amor, la visión cumplida, la nostalgia!».

Nietzsche no cree en la finalidad de la existencia en el Círculo del Retorno; sustituye los innumerables azares por la creación mágica, por la acción de la poesía creadora. Y dice: «La ciencia es un asunto peligroso». La ciencia convertida en poesía, pienso yo.

Nada más distanciado del darwinismo que la concepción nietzscheana del Superhombre. Es esta una pura invención o creación, más cerca de Lamarck que de Darwin, pero más cerca de Teilhard de Chardin que de ningún otro, ya que su aparición, su creación, dependería de nosotros mismos, de nuestro esfuerzo individual. (Se efectúa en la «noosfera», para usar los términos de Chardin). Sin embargo, y para decir lo cierto, no se halla cerca de ninguno, ni siquiera de Chardin. Más cerca estaría de la concepción oriental, hindú o china, y de la doctrina de Maya, la Gran Ilusión, puesto que ilusión y fantasmagoría es todo, una pura invención del hombre, del mago, del poeta, dentro del Círculo de los azares y de las combinaciones fortuitas de la energía y de la luz. Hay una piedra, hay allí algo que la naturaleza ha dejado incompleto (como decía el alquimista) y el escultor, el mago, deberá ir a completarlo. («¿Mundo, qué otra cosa sino ser invisible dentro de nosotros es lo que tú quieres?» —Rilke—). Así, la afirmación del Mediodía, del Superhombre, es, en el fondo, un simulacro de finalidad, una comedia divina, o Divina Comedia. Allí hay algo informe, algo que gira, una materia plasmable, vamos a darle Sentido, partiendo no de la razón, no del intelecto (que lo haría imposible todo, que no interpreta el «fantasma» íntimo de la vida pulsional), sino de la más alta inspiración y concentración de la energía, de la más «alta tonalidad del alma» que sea posible alcanzar con nuestra vida, con nuestra «voluntad de poder»; con una idea que venga de las profundidades, con la verdadera Idea creadora.

Es así que el hombre, dentro del Círculo del Eterno Retorno, tiene, al parecer, dos posibilidades arbitrales, dos libertades o albedríos (¿aparentes, también?): la de dar Sentido y la de suicidarse. Ningún otro ser de la creación las tendría, al parecer.

Y dar Sentido es la máxima grandeza permitida. Dar Sentido a lo que no lo tiene («Amadme por lo que deseo ser, no por lo que soy»). La misma eternidad debería ser inventada para el hombre, por medio de una Idea que venga, como un éxtasis inspirador, de las profundidades. Al final de este juego de luces sobre espejos, ¿qué queda? ¿Sobrevive algo? He ahí la duda («Padre mío, ¿por qué me has abandonado?») que Nietzsche resuelve con su apología del bufón, del histrionismo y su exaltación de lo dionisíaco. ¿Es todo comedia, todo? ¿Lo sería también el Eterno Retorno, un simulacro, una gran impostura, un juego mayor de espejos cósmicos? No lo sabemos; Nietzsche se llevó el secreto al fondo de las aguas.

En todo caso, parece que él creyó que dar Sentido a lo que no lo tiene era la gran misión de una vida: «En la finalidad (inventada) reside la nostalgia». Hay que inventar una finalidad para unos pocos. El resto es la energía insignificante. Cuando el Sentido no es dado por las individualidades, porque la energía ya no pasa a través suyo, entonces lo da lo gregario, confirmando la ley del progreso razonable, no la mutación. Y se produce así la esclavitud al revés; o sea, nuestro tiempo.

Es curioso ver cómo, dando esta gran vuelta, hemos llegado a casi lo mismo que Nietzsche combatía. El afirmador de la vida en su aspecto dionisíaco, el negador de los negadores de la vida, de los inventores de lo que no existe, también propone algo que no existe y que sabe que no existirá nunca, porque solo es una creación, una invención —«en la que reside la nostalgia»—. Una aportación histriónica, una introducción subrepticia, un simulacro dentro del Círculo de los azares del Eterno Retorno. ¿O quiso creer que lo inventado, que el Sentido aportado desde la «más alta tonalidad del alma», como «un médium de poderes superiores», es más real que todo lo real, que todo azar, que toda repetición fatal de los azares del Círculo, más real que la realidad, porque así «es irrevocable, una vez y para siempre», como dice el verso de Rilke? ¿Porque la Flor Inexistente es más flor que todas las flores; porque la Creación ya puede crear solo a través del hombre; porque es solo a través de nosotros como ahora hay creación?

De este modo, los azares individuales se cambian, dentro del Círculo, en destino, en necesidad, y la desesperación en amor fati. «Ya no hay ningún azar en mi vida», escribía Nietzsche a Strindberg, poco antes de su final. «Mis azares están llenos de significación…». Azares llenos de significación, o lo que Jung llamará, cincuenta años después: sincronismo.

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