Archivo Miguel Serrano

Enrique Gómez Correa

Carta al director

Incluida en el volumen seis de la colección «Miguel Serrano, el escritor».

Homenaje en El Mercurio (4 de agosto de 1995), poco después de su muerte.

 

Señor director:

Para hablar de los amigos muertos no se debería hacerlo en voz alta. Más bien habría que hacerlo muy quedo, como si se hablara con uno mismo; pues, en verdad, ellos se entierran en nuestra propia alma. «En ninguna otra parte es mundo sino adentro», decía Rilke.

A Enrique Gómez Correa, el poeta, le recuerdo caminando sobre las aguas, en la India. Ahora, en la muerte, él irá por sobre el río que no existe, el invisible, llamado Sarasvati, que desciende de la cabeza del dios Shiva, sentado en la cumbre del monte Kailás, en el Himalaya, y también en la cima de nuestro monte sagrado, el Melimoyu. Y le digo: «Camina, Enrique, camina sobre esas aguas invisibles, inexistentes, no dudes, no pierdas la fe, porque tú puedes. Sigue, hasta llegar a la luz. Envuélvete en ella, crúzala, hasta alcanzar la resurrección de los poetas y transformarte en estrella. Porque los poetas no mueren, se transforman en estrellas. Y, entonces, te encontrarás con las otras estrellas-poetas de la galaxia de tu generación: con Vicente Huidobro, Braulio Arenas, Jorge Cáceres, Eduardo Anguita, Teófilo Cid, Eduardo Molina, Jaime Rayo, Omar Cáceres…».

Toda una galaxia ya desaparecida, tragada por el hoyo negro del firmamento. Y aquí, en la tierra, a punto también de esfumarse en la memoria de una sociedad carente de espíritu y de ideales, cada vez más materialista, en el Chile de hoy.

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