Escritos

Igualdad, desigualdad, explotación

Artículo

Primera página del artículo.

Tierra (Santiago de Chile), núm. 4 (octubre 1937).

Todas estas instancias forman el hombre. Está visto en la historia universal, pudiéndose observar además en nuestro tiempo que el hombre no actúa nunca con todas sus instancias, sino que le da privilegio a una sobre las otras, que se esclavizan y se destruyen. Así en el Occidente desde el siglo xv el hombre es su espíritu solo, sin respeto alguno por el cuerpo total, creando la época racionalista que culmina en el mundo mecánico comercial en vigencia.

En la historia el hombre es su espíritu, su inconsciente o su cuerpo. Pero… ¿es esto el hombre?

Y nace la historia triste, la historia del dolor, porque, en verdad, esta debe ser su causa.

«Murió en la lucha por la vida…». Sea esta la profunda causa de la lucha.

Porque si cada época es así fundamentalmente distinta, tendrá que irrumpir salvajemente en el espacio de la anterior, para edificar ahí los templos de su singularidad. Porque si cada generación trae otros tonos, a veces, deberá luchar con la antigua y, viceversa, aquella defenderá con uñas y dientes su espacio, sus «intereses creados», su pequeña vida o su pequeña muerte: y muchas, muchas veces, destruirá lo nuevo con su fuerza mecánica, impidiéndole, o restringiendo, su expresión distinta.

La lucha salvaje, vejatoria y animal ―si se puede decir― se produce en la historia cuando en ella aparecen hombres diferentes, unos con el alma adelante, otros con el cuerpo, otros con el inconsciente, o bien, con el espíritu. Cada uno tiene que crear su vida y cada uno se aferrará a la suya. Épocas, guerras, revoluciones. Es porque son cualitativamente diferentes y el espacio ―ni el hombre― no permite en su dimensión la expresión de todas estas diferencias, espacialmente localizadas. No es lo suficientemente extenso. Se produce, pues, la lucha, el triunfo y este «capitalismo de épocas». Y, de nuevo, otra lucha, cuando aparece otro hombre, o sea, el amanecer posible de otro tiempo.

La historia está compuesta de épocas. Época significa así preeminencia de una instancia en desmedro grande de las otras en la vida del hombre. La historia la hace el hombre y el suceder histórico está compuesto por este cambio pendular del motivo. De aquí a allá, de allá a aquí. Suponiendo que de pronto todas las instancias del hombre se expresaran de una vez, no existiría este suceder, sino algo así como un eterno presente ―para el hombre, se comprende―.

El hombre se expresa unilateralmente en la historia: su inconsciente, su… Pero ¿es esto el hombre? No, claro que no. El hombre no es solo espíritu o solo cuerpo. El hombre es su cuerpo y es su espíritu. El sobreponer uno al otro no es, absolutamente, hombre. Y esto está, sin duda, mal.

Que la cosa está mal lo prueba el que el hombre no es feliz. El hombre no es feliz en «este mundo», y, sin embargo, sueña constantemente con serlo. Ansía, desea tanto, la felicidad, que su historia bien puede denominarse, íntegra, la historia de la búsqueda de la felicidad y también, quizás, de la pérdida de la felicidad, en su origen.

No hay más que observar sus palabras y sus gestos. Desde los albores sueña con un mundo mejor. La contemplación de los antiguos mitos, de las alegorías mismas, de los misterios y los cultos de salvación nos lo revelan: ansia de salvación. El marxismo de hoy, al igual, en su origen, en su fondo, no es nada más que el deseo ya milenario, y mucho más tal vez, de la felicidad sobre la tierra, de ahí su dignidad, a despecho de su teoría errónea. Las religiones todas han explotado, edificando sus capillas sobre la insatisfacción y el deseo humano, y han dicho: el hombre pretende, entonces, algo imposible en esta tierra. Y se avecina el desfile de los equivocados cielos.

Historia de la búsqueda y de la pérdida tal vez. Porque, observando bien, el hombre parece como que recordara una felicidad muy pretérita y perdida, o arrebatada. De otro modo no se explica, sin tener que recurrir a concepciones metafísicas, que el hombre posea el sentir o el concepto mismo de la felicidad y de lo mejor.

El hombre estuvo bien en la vida y puede estarlo nuevamente. No solamente puede, sino que debe. Porque el dolor es malo y hace del ser humano un bufón, un «tipo», llega a construir un mundo como el actual, con egoísmos y muertes sordas y denigrantes hambres.

El hombre ha ansiado la felicidad, ha deseado siempre salir del mal paso, de su historia coja; pero constantemente ha estado equivocando el camino y continuándola a la postre. Eso es todo.

El dolor, el sufrimiento, vienen no desde afuera, sino que en su origen está dentro del ser mismo y es ahí donde debe extirparse. La vida mala de fuera tiene su correspondiente de vida mala de adentro, de ahí deriva, puesto que es el hombre el que crea lo de fuera. Entonces es ahí adentro donde hay que poner orden, es por ahí por donde hay que empezar. Nace el dolor del hombre de una mala vida en el hombre, que es este explicado modo de irrespetuosidad de una instancia por las otras y su preeminencia. El dolor del hombre occidental está en que su espíritu no ha tenido ningún respeto por su cuerpo y lo ha tiranizado, humillándolo hasta lo indecible. Aparece entonces esa época dolorosa.

El hombre en esta historia que sucede, que es pendular, no es en su totalidad. Lo ha sido en el origen de los tiempos, y entonces fue feliz, y puede serlo; entonces se redimirá. Totalidad, es decir, expresión respetuosa de todas las instancias de la vida. El hombre cabal en su cuerpo, en su inconsciente y en su espíritu. Será hombre, aquí en esta tierra, y vivirá.

La historia pendular se destruye, no habrá ya «épocas», habrá sencillamente vida.

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