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La muerte del Maestro

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16 enero 2024

A cincuenta años de su partida, un artículo de enero de 1974.

Maestro, ha llegado la hora de tu partida.

Deberé volver a esa tierra extraña, allá en los extremos del sur, región baja del cuerpo de la Tierra, donde reptan las serpientes de fuego, la serpiente alada, como luz fosforescente, bajo el mar. Donde un aire transparente envuelve las cumbres de los volcanes nevados y las cimas palpitan con luz plúmbea, trashumante. Esa tierra extraña, ese «hoyo penitente y sagrado» que devora el cuerpo de carne de sus hijos, para hacerlos transitar también en la luz increada de las cimas, en la luz ansiosa de los amaneceres y de los crepúsculos de Chile. Cornisa delgada de la patria, tan precaria, sostenida únicamente por la luz del cielo y por la Estrella de la Mañana. Tierra del extremo sur del mundo donde comenzará la ascensión de la época de Acuario, en el momento cuando de las profundas aguas del Pacífico emerja el antiguo continente del espíritu; cuando de la mole de roca de los Andes surjan los gigantes de la prehistoria. Y se levante el gigante reclinado allí.

A esta patria de los extremos del mundo deberé volver, porque ha llegado la hora de la partida del Maestro. Aquí nació; nunca se movió de aquí; pero me envió a recorrer el mundo, en busca de sus sueños, de sus mitos y leyendas. Fui como un cometa encumbrado por sus ilusiones y sostenido en lo alto y a lo lejos por su viril mano y sus ojos celestes.

¿Qué edad tiene el Maestro? Muchos años tiene. ¿De qué se muere el Maestro? Se muere de la muerte.

¿Cómo muere el Maestro?

Como un ser humano. Como muere el hombre desde el comienzo de los tiempos, sufriendo, sufriendo y con la duda apretada en la garganta. Igual allá que aquí. Allá: «Padre mío, ¿por qué me has abandonado?». Aquí: «Estoy solo, todos me han abandonado, los maestros, los sueños, las ilusiones, los arquetipos, los gigantes, la Madre, me han abandonado».

Me acerco y pregunto:

―Maestro, ¿qué es la muerte? ¿Hay algo más allá de esta vida?

Responde:

―La muerte es un espacio enorme, color de las arenas. No hay nadie allí. He transitado por sus arenas y solo encontré a una mujer; la traje conmigo de regreso a la tierra; pero no la he vuelto a ver más.

Hace una pausa:

―Yo no dudo, yo sé. Siento a Dios en mi cuerpo, lo siento en mis piernas, en mi pecho; pero se me escapa, se esfuma; no lo puedo retener.

―Es una prueba ―digo.

―Sí ―responde―, una prueba terrible, la más terrible de toda mi vida. La materia se resiste, nos tiene agarrados, sufre, se espanta. Y yo me espanto con ella, hasta el final… He oído una voz que me ha ordenado: «Sé valiente hasta el fin».

Me acerco más al Maestro y le digo:

―Morir debe ser también fundirse con la tierra, con las bellas flores de Chile, con las plantas, las raíces, las hojas y el aire transparente.

Responde:

―Con el polvo, un gran polvo amarillo que se extiende…

―Maestro, ¿no has vivido ya mucho? ¿Qué más puedes ver ya? ¿No quieres morir?

―Nada quiero ―dice―. No quiero morir, no quiero vivir. Solo deseo cumplir. Cumplir con la voluntad divina, aceptar sus designios. Si decide que muera, moriré; si decide que viva, viviré… La muerte es un cambio de estado.

―Maestro, yo te venero y amo. He vivido todos tus mitos y leyendas, los he hecho míos y con ellos he transitado a todo lo largo y ancho de este mundo. Cuando tú mueras, seguirás viviendo en mí, te enterrarás en mi pecho y aquí estarás hasta que yo también muera. Y cuando yo muera, vivirás en aquellos que me prolonguen, que me den su corazón por tumba, en este rito de amor eterno…

Me mira, asiente con la cabeza, débilmente levanta su mano y hace un signo. Beso su mano y me retiro caminando hacia atrás. Desde la puerta le veo aún con la mano levantada y la expresión indefinible de sus ojos.

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