Archivo Miguel Serrano

Ezra Pound y el ángel

Artículo

«Error que yo intentara hablarle a “él”… debiendo hacerlo a su “ángel”».

El Mercurio (21-1-96); y La Voz del Pueblo, núm. 7 (20-4-01).

Desde fines de los años treinta hasta mediados de los cuarenta y, más aún, después me interesó grandemente la personalidad del poeta estadounidense Ezra Pound. Me vi reflejado en él, en buena parte. En efecto, durante la Segunda Guerra Mundial él se puso en contra del gobierno de su país y abrazó la causa de Italia y de Alemania. También yo lo hice de un modo parecido al oponerme a la posición que adoptara mi tío, Joaquín Fernández y Fernández, Ministro de Relaciones Exteriores del presidente Juan Antonio Ríos, quien también era partidario de Alemania. Mi tío rompió relaciones con el Eje y yo, por muchos años, rompí mis relaciones con él. Mi diferencia con el gran poeta fue que a él el gobierno de su país lo encarceló, primero en una jaula para animales, en Pisa, y luego lo confinó por trece años en una casa de locos en los Estados Unidos, adelantándose así a las torturas soviéticas a los disidentes políticos en la URSS. A mí no me sucedió nada como esto, aun cuando las potencias aliadas (es decir, un poder extranjero, no de mi propia patria) me mantuvieron por cuatro años en una «lista negra» comercial, que prohibió darme cualquier trabajo en Chile y supongo que en el mundo. Fue un desastre; sin embargo, nada comparable a lo sucedido a Ezra Pound y a Knut Hamsum, otro enorme escritor y premio nobel noruego, quien también fuera confinado en un asilo de insanos, además de confiscarle todas sus propiedades y pertenencias, por el mismo hecho de haber manifestado su apoyo a Alemania.

Pasaron muchos años y no volví a oír de Ezra Pound. Supe, sí, que había sido liberado, regresando de inmediato a Italia. Declaró: «Me voy de los Estados Unidos, pues aquí solo se puede vivir en un asilo de locos»… Y se instaló en Venecia.

Un día mi secretaria, en la embajada en Viena, me pasó un recorte con una fotografía de Pound en Londres, donde asistía a los funerales de su amigo el poeta inglés T. S. Eliot, autor de La tierra baldía, poema que Pound le ayudara a componer. Ahí también se decía que Ezra Pound residía en Venecia.

Decidí ir en su búsqueda y viajé a esa bella ciudad del Adriático, instalándome en una pensión conocida mayormente de los venecianos y que me había sido recomendada en la India por el embajador de Italia, el conde Giusti del Giardino, dueño de los famosos jardines del mismo nombre en Verona. Su familia residía en Onara di Tombolo. El embajador era un gran admirador de la poesía y recitaba a Neruda en italiano y de memoria. La pensión que me había recomendado se llamaba «Alla Salute Da Cici» y quedaba en un barrio posterior a la catedral Della Salute, en Venecia, cerca de los muelles y de unas fábricas artesanales del famoso cristal veneciano. Ahí iban solo los paisanos de la ciudad y bastaba dar el nombre de la pensión para que los gondoleros y los conductores de los «vaporettos» lo trataran a uno con especial deferencia. La casa de Ezra Pound, en via Querini, quedaba casi al lado de la pensión de «Cici». Y fue su dueño quien me dio su dirección, advirtiéndome, eso sí, que Pound no recibía a nadie.

Lo intenté, y sin éxito.

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