Escritos

Introducción de la Antología del verdadero cuento en Chile

Prólogo

Con este texto presentó su primer libro, editado en 1938.

Increíble paradoja, ¿quién perdió la rama umbilical, que nos une al sueño o a la mejor posibilidad misma de hacer carne el sueño que hoy recorre peregrino, de mar a mar, de flor a casa, de ojo a ansia, fuera, lejos, del pecho humano? ¿Quién pulverizó el mito de la naranja color carne, llena de sol central y que es sexo del mundo, diluyéndose en la boca, hacia el alma, alcanzando por su rama el Paraíso?

Colón mismo.

Colón como ser humano producto de una nueva época del Occidente, que no se redimiría, con una nueva instancia humana determinando su paso y de sus tres carabelas. Instancia que conforma una época que avanza y se agota sin solución trascendente y mejor, en la futura guerra homicida actual, de lo humillado. Lo ecuménico, la redondez del mundo, la máquina.

América del Sur en el fondo no sabe de estas cosas, está contribuida, por hoy, sobre otra piedra, sobre otro punto de la constelación celeste, que depende únicamente de la confederación, conformación y hálito singular humano.

Vuelvo a la época de Europa antes del descubrimiento del Nuevo Mundo y de la redondez de la tierra. (Porque no sé quién ha dicho ya que Colón no descubrió América, sino la redondez del mundo). Retorno a este pretérito para soñar, que es fácil, por analogías en la situación chilena.

Entonces el hombre pobló la tierra, plana como una mesa con nubes, de seres fabulosos, y su inconsciente se configuró según la creencia, lleno de fantasmas, de dragones de fuego, de seres infernales, de visiones de abismos geológicos, de aguas profundas y de cielos imposibles, existiendo al borde de las cosas. Fue un mundo físicamente más pequeño, pero infinitamente superior y más rico en posibilidades humanas al de hoy, pequeño, geométrico, como un hueso de ciruela.

Entonces el mundo fue así en absoluto, porque el hombre creyó en absoluto que era así.

 

Chile es una faja angosta, como el sueño de un enfermo de pena, que se queda dormido mirando la fiebre de los hilos de luz por las puertas; rodeado de montañas, como el sueño de los hombres más tristes, que se han enamorado para siempre de la perfección humana; lamido por el océano, como el sexo de La Mujer, lleno de estrellas. Recorrido por los Temblores, claros presentimientos del abismo. La tragedia, los malos augurios, los presagios se anexan al viento de los extremos.

¿Habrá un chileno que no haya apretado, con dolor, en su pecho, durante negras noches, sueños de cataclismos geológicos, de lunas que se caen, de cielos infinitos, de aguas creciendo como castigos determinados?

El inconsciente acumula el peso de la tierra, de la montaña, del destino del polvo, del granito. El alma sabe que el Océano pule verdemente la tierra, que socava, que desmorona; que la gran piedra de la Montaña podría volcarse como escenario, que el Volcán gemiría, proyectando hacia los cielos su caldo de abismo, chamuscando la cara y las últimas manos de los habitantes.

El concepto de las dimensiones no existe. Sabemos que hay piezas en el mundo. Tenemos un sentido escatológico de los acontecimientos; porque la tierra nos ayuda. Conocemos nuestro crisol, nuestro deber a veces, el destino del ser humano; nuestro deber para realizarlo.

Ahí el clima y la ventana del arte. El cuento. La hombría, la seguridad.

Bien. Cuando los hombres no dieron vueltas al mundo no sabían que la tierra era redonda. Quizás existió un hombre que no quiso dar la vuelta al mundo, porque vio que era más bello, más fabuloso.

 

En Chile aparecemos contemplando el peso de la Montaña, sintiéndolo, viendo la Montaña inmensa, sin mirarla jamás, a veces. El chileno mira la Cordillera y cree que al otro lado no hay nada. ¿Cómo va a existir algo? Ahí se acaba el mundo. El chileno cree en definitiva que al otro lado no hay nada. El chileno cree que existe solo Chile. Porque la Montaña, de caerse, alcanzaría hasta sobre el mar. Y el mar más allá de su horizonte está vacío. Entonces el alma sueña y acumula fantasmas de postmundo, de esa cuarta dimensión. Más allá no hay nada ni nadie. Más allá deambulan y se acoplan los terrores, que son velludos y generan cerdos y pájaros de agua. Más allá no hay nadie. Los seres que vienen, los argentinos que afirman vivir al otro lado de la Montaña, son unos vulgares embaucadores, o no existen, o residen también a este lado y han estado ocultos durante algún tiempo detrás de un árbol cualquiera o de una piedra.

Hay que tener corazón de perro para viajar, hay que tener el corazón muy firme para aceptar el derrumbe de los sueños, de los misterios, de las maravillas, de las verdades, que duermen en el fondo del alma, reposando, y que nos ayudan en el camino de la tierra, en el destino del retorno a lo humano.

Porque el que cruce la montaña y vea que hay algo está perdido. ¿Quién le devolverá sus maravillas y sus sueños, quién le devolverá su clima y su misterio, quién le pondrá de nuevo los ojos aterrados de destino infinito? ¿Quién le devolverá la dimensión precisa y cerrada de la vida?

Aquel que viajó renegó de sus fantasmas. Pero no siempre se perdió. La tierra lo creó y lo vio crecer como a sus plantas, ella lo alimentó con sus influjos, con sus vientos, con sus humos que se elevaban desde sus valles de greda, con sus violetas desmayadas en el color de la lluvia, con sus aromos, con su sentido, que es el mismo perfume o el viento. La tierra lo vio crecer y lo agarró con sus raíces y sus ganchos. Es así que muchas veces, el viajero que retorna olvida sus viajes, o los recuerda como un extraño sueño ―bajo el poder de la tierra salvadora― que se apartó del día y del espacio para soñarse, que no existió, como un minuto extraño de no existencia en la existencia, como algunas horas en que su vida no fue, como algo que no sabe, que no medita, que no siente…

Reconoceremos a estos viajeros porque una partícula de sus ojos se ha extraviado y pregunta persistentemente, con estupor. Ellos piensan tal vez en su viaje, como el ser «primitivo» pensó en sus sueños: que el alma huía por la nariz a correr aventuras en otros paisajes, o que, por un momento, se murió un poco.

Yo creo en absoluto que más allá de la Montaña no hay nada, que más allá del horizonte marino hay alguien que se bebe el agua.

Cuando alguno me ha dicho: ¿por qué no viajas, por qué no vas a Europa?, he respondido: «Porque Europa no existe y porque si existe, yo, para mí, prefiero que siga no existiendo, porque así la vida es más bella, o tiene mayor posibilidad de serlo, por mi esfuerzo, algún día».

Cómo dar un paso en falso, cómo destrozar, renegar, del crisol, de la maravilla, de la completa diferencia, que nos ayuda mucho más en la Visión, que nos capacita luego para la Gran Conquista ―o reconquista―. Esto que es de Chile, esto que le pertenece al chileno; que por hoy cuenta como documento del suceder viviendo, su arte, o como ventana que vislumbra y ansía. Esto que por hoy y solo por hoy, en forma transitoria como el arte, es el Cuento, absolutamente personal, grande y propio.

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