Escritos

La resurrección del mito

Artículo

Castillo de Montsegur.

El Mercurio (Santiago), 16 de noviembre de 1969.

Es esta una de las colaboraciones que Miguel Serrano remitió desde Viena a los diarios (chileno y argentino, respectivamente) El Mercurio (16-11-69) y La Prensa (4-1-70), artículo que también puede encontrarse en el cuarto volumen de sus Memorias de él y yo (1999).

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Lo que vamos a narrar pareciera fabuloso y, en verdad, lo es; tiene el sabor de la leyenda y el misterio del mito. Sucede, sin embargo, en pleno siglo XX y, en cierto modo, ha envuelto nuestra propia vida. Aunque viene de muy lejos, el hilo se retoma entre nosotros, alcanza a nuestra generación y deberá encender de nuevo la antorcha que, pasando de mano en mano, volará quizás a otras estrellas.


La leyenda es la del gral

Una vez conversé con el doctor Jung sobre este mito legendario. Desgraciadamente, debido a que su esposa investigaba en el tema, el doctor no escribió mayormente sobre la misteriosa leyenda. Para Jung, el gral era un «arquetipo», una exteriorización de eso que él llamara el «Sí-Mismo», ese punto central, ideal, de la persona, equidistante entre el inconsciente y el consciente; una totalidad perdida e inalcanzable, quizás. La Flor Inexistente, el ideal, el cielo, la inmortalidad.

En la historia, la leyenda del gral tiene orígenes desconocidos. Es un mito pagano, que a veces se conecta con la leyenda de la Atlántida y del diluvio universal. El gral es también esa «piedra de la lluvia», que Noé salvara del diluvio, es el «talismán» que detiene las aguas desbordadas. Es la «piedra» que los mongoles llamaron «Yedeh» y los árabes, «Hajar-al-mater». Para los arios, el gral es la «clave» perdida, la «piedra» donde se grabó la sabiduría esencial, la «ley» de la raza y del pueblo hiperbóreo, antes de dejar para siempre la patria de los hielos, el norte legendario, la tierra mítica de Aryana Vaiji, hecha inhabitable por la época glacial. Son las claves de la sabiduría de la Atlántida, aquellas que, de encontrarse y descifrarse, harían posible entender realmente el «yoga», el verdadero, el «tántrico», el que haría al hombre inmortal como el Dios que un día fue, ante del gran hundimiento y desborde de las aguas. Porque el yoga que hoy se conoce y se practica sería un alfabeto incompleto, un remedo de una magia sublime y de una sabiduría grandiosa. Mientras no se encuentren las claves y no se descifren, el yoga actual no pasará de ser como un juego con signos rúnicos, que produce efectos contrarios o incompletos. Así lo sostenía, en la India, por ejemplo, sri Janardana, jefe del Suddha Dharma Mandalam, con una rama importante y numerosos adeptos en Chile.

Para Janardana, el verdadero yoga era el Suddha Yoga, conservado en un secreto ashram de los Himalaya, donde habitaría el mítico Bhagavan Sri Mitra Deva, mesías de nuestra época.

La situación hoy es semejante a la que se le daría a un hombre del futuro, sobreviviente de una guerra atómica y que hubiera encontrado, en las ruinas de la civilización desaparecida, un tubo de metal con una película guardando la síntesis de todos los conocimientos, con las fórmulas matemáticas, químicas y físicas que hicieron posible producir la bomba atómica y los más altos adelantos tecnológicos de la civilización desaparecida. Nada serán esos signos mientras no pueda descifrarlos, entenderlos.

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