Escritos

Mi despedida del dalái lama

Artículo

El pez, símbolo de la época de Piscis.

El Mercurio (Santiago), 3 de julio de 1962.

Recuerdo que Harrer relata en su libro Siete años en el Tíbet que el dalái lama, muy joven, se especializaba en estas prácticas. Pero el dalái lama no puede responder preguntas tan directas y delicadas, rodeado de sus monjes e intérprete, pues cada palabra suya será citada luego como sentencia, casi como una encíclica papal.

Sin embargo, con gran sorpresa mía, ahora me responde también directamente:

―Sí, se puede. Hay varias etapas en este proceso. Los textos señalan primero la concentración en el objeto, luego la disociación parcial de la mente, cuando se percibe el objeto, se está en él y al mismo tiempo no se está, y la próxima, cuando ya no se está en el objeto, o cuando se le ha penetrado o compenetrado, lo que es lo mismo que ya no estar en él… Para todo esto se necesita disciplina y maestro apropiado. Es muy peligroso ir por estos senderos sin un maestro…

Animado por esta inusitada declaración, entro a narrarle al dalái lama algunas de mis propias experiencias, las que ya conversara con el doctor Jung y con algunos iniciados indios, y las que relato ampliamente en mi libro La serpiente del paraíso, que este año publicará Nascimento.

Pero el dalái lama, consciente tal vez de haber dicho el máximo en esta entrevista, se encierra ahora en un dogmatismo casi filosófico, pretendiendo que todas esas experiencias subjetivas puedan posiblemente ser analizadas mejor y estudiadas por la ciencia médica occidental, con un criterio puramente objetivo. Regresa, además, a su ortodoxia religiosa y afirma que lo más importante es la humildad y la fe en los designios de Dios; el trabajo para ayudar a mitigar el sufrimiento de los hombres y la caridad budista.

Comprendo que en esta segunda, y quizás última, entrevista con este hombre extraordinario, he avanzado un paso, un gran paso, y que no podré ir más lejos hoy.

Me levanto del asiento y tomo de una mesa un humilde objeto que he traído de regalo al dalái lama. Es una pieza de cerámica chilena, de Quinchamalí, un pez negro. Casi un símbolo cristiano. El pez, la época de Piscis, que ya termina. El dalái lama lo observa y sonríe. Me pregunta si llevo algo de la India. Digo que habría deseado llevar conmigo uno de esos extraños y bellísimos perritos tibetanos, que parecen pequeños leones litúrgicos. El dalái lama habla en tibetano con su secretario-monje. Y el traductor me expresa: «Su Santidad le enviará a usted uno de esos perritos».

Volvemos a intercambiar las sedas blancas y nos inclinamos, saludándonos. Es muy posible que ya no vuelva a ver al dalái lama hasta una próxima encarnación en las duras altiplanicies de este mundo.

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