Archivo Miguel Serrano - Escritos

Europa y Sudamérica

Artículo

«La anunciación» de Fra Angelico.

El Mercurio (Santiago de Chile), 20 de octubre de 1951.

En cambio, Sudamérica es, por hoy, la naturaleza solamente. La historia de América del Sur es la de sus cataclismos y de sus terremotos. Sus más grandes dramas no son siquiera sus revoluciones, sino las luchas del hombre en contra de las fuerzas naturales. En Europa se sabe vivir; en Sudamérica hay que aprender a sobrevivir. A pesar del clima europeo, más duro que el nuestro, allá hay algo que ayuda a vivir. Pruébanlo así los muchos ancianos vigorosos que suelen verse en Europa. Es también otra manifestación de la vida traspasada por el espíritu, o de altas culturas, el respeto por todas las edades de la vida y la admiración por la serena ancianidad. En Europa el hombre y la mujer maduros son apreciados más que la juventud. La mujer joven se siente honrada de ser cortejada por un hombre que peina canas. Y la mujer que ha sobrepasado bastante los treinta es amada mayormente que una jovencita que se inicia en la vida. El culto fanático de la juventud es propio en los pueblos aún informes, que valorizan la hombría, por ejemplo, no por los reales valores del espíritu, sino por la potencia genética, las oscuras fuerzas de la tierra aún dispersas e indomadas, y por las formas exteriores y densas de la materia. Europa comprende, al igual que el Oriente vetusto, que la ancianidad es un gran camino transcurrido a través de un duro valle, que es dolor y experiencia acumulados. En cambio, entre nosotros, aun desde el punto de vista puramente físico, o de la alimentación, digámoslo, sucede lo contrario. Todo parece confluir para que el hombre viva pocos años. En Chile, por ejemplo, los alimentos nutren menos, y el clima, en apariencia mejor que en Europa, es enemigo del hombre. Falta la cal y existen muchos elementos adversos. Nuestra vida también es dura y sin compensaciones. El espíritu aún no aparece y la naturaleza está virgen y salvaje. Las fuerzas desatadas nada tienen que ver con el hombre y actúan en contra suya. Las rocas de los montes y la selva reinan, y es únicamente la voz lejana y vernácula de sus dioses desconocidos la que a veces se oye en los grandes desiertos. Todo el trabajo del hombre está aún por hacer. Y, en esta lucha, es el ser humano el que pierde. La inmigración sirve solamente como una fuerza de refresco en el combate desigual con este mundo hostil.

Es únicamente una ayuda momentánea y material, pero que no soluciona el problema de fondo, que es de otra índole y de otra especie más compleja y sutil. Por estas y otras varias razones, el hombre en Sudamérica aún no «vive», sino que vegeta. Porque además hay una fuerza psíquica, oscura, que tira hacia abajo y hacia la derrota. Aquí es difícil encontrar estímulo o amor. Las fuerzas motoras son las negativas de la envidia, o de la revancha. Y el resultado final es el clima de la tristeza y de la amargura.

Por todo esto Sudamérica es un continente enormemente duro. Es un continente para superhombres y para conquistadores. Pues la conquista todavía no ha terminado y falta realizar su parte más importante: el entronque espiritual y la interpretación del paisaje. Por ahora, en este mundo ignoto, la muerte se encuentra a cada paso. Y la peor muerte, la del alma. Para sobrevivir el hombre tiene que crearse un mundo propio y, con gran esfuerzo individual, ser capaz de atravesar hasta el privado mundo del espíritu.

En Sudamérica es labor personal, culto solitario y apartado. Sin embargo, este trabajo y este esfuerzo son la mejor posibilidad que brinda nuestro continente como compensación: unos pocos hombres podrían vivir aquí una existencia realmente profunda y solitaria, casi mística y religiosa, como la mejor forma de sobrevivir frente al mundo adverso.

Creemos nosotros que esto último, cumbre de la existencia espiritual del hombre sobre la tierra, por extraña paradoja, deberá ser más difícil de alcanzar en el presente de Europa. Porque la introversión tiene que ser muy dificultada ahí por la seducción de lo externo y del amable y humanizado contorno. Lo externo seduce en Europa, al revés que en Sudamérica, donde el mundo de lo concreto nos es hostil. Allá el espíritu está objetivado ya, en las cosas, y es el espíritu de las generaciones que precedieron. El hombre, que además ha hecho un arte del vivir exterior, suavizando el ambiente, podría pasarse la vida tomado por lo de afuera, entretenido en el contorno, que ha sido conformado por el espíritu del pasado, y ya no tendrá el valor de volverse hacia dentro, donde algo está muriendo, para recrearse y recrear otra vez el mundo. He aquí el peligro. Porque no hay nada más difícil que el gran esfuerzo que tenemos que hacer para encontrarnos a nosotros mismos en el fondo de la propia soledad.

El mundo, en general, ya está despoblado de «hombres», como estos alguna vez existieron en los grandes y remotos tiempos. En Europa son sus huellas, sus cosas, sus palacios y sus ruinas. En Sudamérica es la grandiosa y solitaria naturaleza. Quizás si por esto sea más fácil que algún día reaparezcan aquí, antes que allá.

El hombre nace y crece de su propio y ya desamparado corazón. Y la salvación del mundo tal vez no provenga tanto de una nueva teoría, de una nueva concepción religiosa o económica, como de la aparición de un hombre nuevo.

Lo cierto es que por ahora se hace necesario mucho valor y empuje de conquistadores para vivir en Sudamérica.

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