Archivo Miguel Serrano - Escritos

Los signos fatídicos (el congreso nazi)

Artículo

Hubo un nazismo socioeconómico, visible, externo, y otro con raíces profundas.

Rocinante, núm. 20 (junio 2000).

Desde que se diera a conocer la peregrina idea de un «congreso nazi internacional», a realizarse en Chile, con casi dos años de anticipación, expresé mi opinión sobre esta descabellada propuesta, destinada a producir funestos resultados para todos nosotros, los que habrían sido aun mayores de no habernos opuesto desde el primer instante.

La sospechosa iniciativa del «congreso» tuvo como objetivo principal dar un argumento a los que desean aprobar en Chile una ley que prohíba toda acción «revisionista» y una amplia libertad de opinión, sobre cualquier tema, incluyendo el «holocausto judío», bajo pena de prisión, como ya existe en otros países. La maniobra es una suerte de «cliché», ya que también en México, en el Estado de Guadalajara ―donde tampoco existe esta prohibición―, se propuso otro «congreso nazi internacional». Inmediatamente se habló de presentar la famosa ley represiva de la libertad de expresión.

No sé qué habrá pasado en México, pero en Chile se han hecho todos los esfuerzos ―y se siguen haciendo― a objeto de conseguir su aprobación parlamentaria. Para lo cual, y a pesar del vergonzoso fracaso del «congreso», se sigue insistiendo, por medio de la prensa, sobre un peligro nazi inexistente en nuestro país, donde nunca hubo posibilidad de imponer un régimen nazista, ni nunca se ha perseguido a los judíos.

El nazismo político se termina en la tierra ―por lo menos en la tierra actual― el 30 de abril de 1945, no existiendo luego ninguna posibilidad, ni tampoco deseo, de volver a restaurarlo de igual forma. Hitler dijo: «Quien vea en el nacionalsocialismo tan solo un movimiento político no ha entendido nada».

Efectivamente, hubo un nazismo visible, externo, «socioeconómico», por así decir, y otro con raíces profundas, «ocultas», como explicaría Nicholas Goodrick-Clarke, que se afincan, tocan y se alimentan de los mismos arquetipos eternos, de los mismos mitos y leyendas que, en el inconsciente colectivo de los hombre, dan origen a las religiones. Y eso es indestructible, y que el tiempo terrestre y cósmico se encarga de abrirles un camino desconocido y misterioso, aunque siempre igual, en el eterno retorno del arquetipo y del mito.

Eso también lo saben los sabios judíos, minoría entre el resto de los hombres obnubilados, hipnotizados.

Para tratar de impedirlo se valen de medios truculentos (es decir, de trucos) que les permitan poner obstáculos momentáneos, pero que al final no tendrán mayor efecto. Levantan sus «museos del holocausto» en todas las ciudades del planeta. Esto lo han logrado en Chile gracias al llamado «congreso nazi». (Exposiciones en la Universidad Católica, conferencias en la Universidad de los Andes, museos permanentes en Santiago y Valparaíso). Sin el «congreso» habrían actuado en el vacío.

Pero algo mucho más serio se ha cumplido en nuestro país y que debería hacernos meditar profundamente. Siempre con el pretexto del «peligro nazista en Chile», se ha realizado, entre el 30 de marzo y hasta el 3 de abril, un auténtico «congreso sionista internacional», con la asistencia de cien delegados de Alemania, Israel, Francia, Inglaterra, Italia, Colombia, Ecuador, Argentina, Brasil y, por supuesto, Chile. El congreso tuvo lugar en las dependencias del Banco Central de Chile en Punta de Tralca, y la seguridad estuvo a cargo de Israel. Todo esto ha sido dado a conocer por el diario El Líder de San Antonio, dependiente de El Mercurio, y también por Proa Regional, de la misma ciudad, el 30 de marzo recién pasado.

Ahora bien, la enorme importancia de este «verdadero congreso» debería comprenderse al leer el libro El Estado judío de Teodoro Herzl, fundador del Estado de Israel, escrito en 1895, donde profetizaba que: «En cincuenta años más ―o sea, en 1945 o 1947, da lo mismo― los judíos tendrán un Estado en el Medio Oriente y en otros cincuenta, o sea, cien años, en la Patagonia», en Chile y Argentina. (Léase laguna del Desierto y Viedma, a donde el presidente Alfonsín pretendió cambiar la capital de su país).

Este fundamental libro profético está traducido al castellano y se encuentra en Chile.

Los cien años se cumplen ahora, justo cuando un extranjero, Tompkins, ha adquirido todo un país en nuestra Patagonia y la Benetton, otro tanto en la Argentina. Tompkins está ligado a Rockefeller y ambos han apoyado a Lagos, quien a su vez ha nombrado a Adriana Hoffmann en un cargo fundamental. Ella es una estrecha colaboradora de Tompkins.

Es esta la culminación del «Plan Andinia», revelado en Argentina hace casi cuarenta años. Y todos estos extraños sucesos y sincronismos, a los que se agregan desangramientos de animales y desaparición de seres humanos (como ya sucediera en los EE. UU., según el extraordinario Informe Cooper y el libro Behold a Pale Horse, del mismo autor) son como el sonido de un gong, campana o cultrún, que anunciaría el fin de Chile como entidad territorial independiente.

Archivo Miguel Serrano

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