Archivo Miguel Serrano - Escritos

Introducción de la Antología del verdadero cuento en Chile

Prólogo

Con este texto presentó su primer libro, editado en 1938.

Superior calidad, aunque sea en la intención. Porque ¿qué quiso, qué intentó la generación anterior? Nunca he podido saberlo.

Nos impiden de dos maneras: oponiéndose decidida y sinceramente, o con mimos, con agasajos, con miedos. Por otro lado están los que fingen los nuevos gestos; pero solo se quedan en la actitud, en el gesto, pues la sustancia equivalente les será por siempre, para siempre, desconocida; porque ellos lo quisieron. Más peligrosa que la oposición es la succión abanderizadora. Mantenerse en el escenario a costa de piruetas de clown. ¡Evítennos ese paisaje! Cuando todo se reduce a otra cosa que no está en la literatura, sino en el hombre ―y que ellos no comprenden―, cuando todo se reduce a calidad humana y a silencio, a no vivir con la mentira y el bluf ―que pueden hacer triunfar a corto plazo, pero que a la larga destruyen y perecen―, sino con la verdad. Porque solo la verdad se impone.

Nuestra generación no tiene necesidad de nadie sino de ella misma. No necesita de nadie. Por el contrario, la necesitan.

Nuestro papel se reduce a aceptar la situación y a afrontarla. La lucha de las generaciones, hoy, por desgracia, existe. Mañana tal vez no. (Antes ya he intentado abordar este tema escribiendo por ahí en alguna revista de vida breve).

La diferencia en el fondo (no importa que no se dé el tono en todos los representantes de la nueva generación) es de una actitud del hombre ante la vida. No me importa la literatura, ni la Poesía, ni tan solo el cuento por el cuento.

Esta antología, salvo un caso, es de la nueva generación. Y dentro de ella misma yo establezco diferencias violentas, que no creo llegado aún el momento de verificar. Al escribir pienso en aquellos cuentistas aquí presentes para los cuales el cuento, el arte, es solo una expresión de transición en sus vidas, es decir, para los artistas. Para ellos pienso; para mí principalmente, para Barreto.

El número está unido por una calidad, por un deseo de realización, de expresión hoy. Es necesario que se nos escuche. Bastante ya ha hablado el Silencio, la «majadería», el alcohólico vulgar, el político radical de los banquetes, el amargado de las siete de la tarde; todo ese desfile oscuro de chilenos aún hundidos y aplastados.

Se han creído cuentistas los criollistas, los marinistas, los médicos, los boxeadores, los vendedores de libros usados, los profesores de gramática, los viajeros con capa y enfermos de exhibicionismos orientales. Tanta gente.

 

En lo escrito hasta aquí, en esta primera parte, intento esbozar brevemente y con la mayor claridad a mi alcance, la situación actual, principalmente la de nuestra generación.

La cosa es peor aún.

No se trata de conseguir, a costa de algunas humillaciones ante las pálidas hileras de magnates, una publicación en sus revistas, un saludo callejero, una cita o que, por fin, nos editen. No se trata de nada parecido. Las pequeñas reivindicaciones de carácter democrático queden buenas para los estudiantes universitarios, seres que viven instalados, por lo general, en el último escalón de la baba, mediocres hasta el éxtasis.

Ahora. Alguien ha dicho el aforismo siguiente: «Cuando la obra empieza a hablar, el autor debe quedarse callado». No es en una antología de cuentos donde se debe hablar sobre el cuento. Personalmente he escrito algunas ideas al respecto.

Quien desee conocerlas puede remitirse a los artículos y polémica en cuestión. Ahora no desearía hablar sobre el cuento. Hay que dejar que los cuentos hablen. Puedo sí repetir algo de lo dicho en otra parte.

Algunos de los conceptos ―que son nuevos― han producido, por el hecho de ser nuevos, indignación o descrédito. Por ambas partes, jóvenes y viejos. Es que intentan ―en esta antología principalmente― una auténtica reivindicación, en el caso presente, del cuento.

No es que esté deseando hacer una adulteración atrabiliaria y caprichosa de lo que todo el mundo entiende por cuento, del concepto cuento. Tampoco que dé preeminencia al género sobre la creación, que tome el rábano por las hojas. El artista se expresa de esta o de otra manera y la expresión, equivaliendo a una psicología singular, determinada, cristaliza con un cúmulo de leyes personales, invariables, que son lo que la psicología singular. Especializándose en la expresión equivalente ―en el cuento― se logra la perfección, el conocimiento ―que equivale a conocimiento de sí mismo, a relación serena entre interior y exterior―. Se logra el virtuosismo, se puede expresar mucho más.

Mi único deseo es que se consiga respetar al cuento, tal como el poeta ha respetado a la poesía y el novelista a la novela. El cuento, como concepto y como realidad, estaba aún en potencia, no coincidía exactamente con la psicología de los hombres. América, en especial Chile, lo reivindica, lo redime. La posibilidad del desarrollo ulterior del concepto existió siempre, solo que el cuento hasta hoy fue como una espalda jorobada. Necesitaba estirarse. Es por esto que se puede negar perfección, en una palabra, realidad hacia el pasado. El cuento nace hoy.

El cuentista empieza su camino solo y lo agota igual. Porque ¿dónde está el maestro, el modelo, para venerar, para amar? Los pasos resonarán solos en su única presencia; irá apareciendo un universo de nombres propios, de esencias únicas, de elementos suyos que le pertenecen por dolor y para visión propia, singularísima. Esta experiencia escapa hoy al poeta o al novelista que tiene ante sí los nombres de los artistas, los grandes bustos, de los que alcanzaron la perfección esporádica del género.

Se dirá: ¿Y Maupassant, Bret Harte, Gorki, Baldomero Lillo? Gorki, posterior a Bret Harte, Baldomero Lillo, sugestionado por ambos. Los «cuentistas» chilenos le prenden ritos a estos nombres. ¿Quiénes son? ¿Han sido acaso cuentistas? No lo creo. Yo los considero simples narradores, perfectos, si se quiere.

Hay una diferencia absoluta entre un narrador y un cuentista. Hasta ahora se ha confundido a los narradores con los cuentistas. Principalmente a los rusos.

¿Qué es el cuento, entonces?

En el momento actual solo podría hacer una definición por negaciones, afirmando que no es poesía, que no es novela, que no es narración, que no es una carta, que no es teatro.

Está quizás entre la novela y el poema; mas no es, no debe ser, ni una ni otro.

El cuento no tiene por qué rebalsar, cargarse de elementos poéticos (bien entendido qué es elemento poético) que lo dispersan. Tal como la música que construye con elementos extraños a ella ―de la literatura o la pintura, por ejemplo― es imperfecta.

Esto no lo quieren entender varios poetas, que escriben cuentos, presentes en esta antología también, entregándonos bellos monstruos, que son como pies enfermos que se dispersan para ambos lados.

Esta antología es del cuento chileno, aunque muchos no sepan ni quieran reconocer su nacionalidad e ingenuamente renieguen, afrancesándose. La tierra los agitó, desde allí vienen, a ella, solo a ella, le deben su grandeza o su miseria. Prueba de ello es que no se han dado en ninguna otra parte, sino en Chile. El tono hondo o desgarrador, que se repite como motivo fundamental y constante, es propio del crisol, del territorio chileno.

Chile, por hoy, es el país del Arte, que significa, en lenguaje significativo, preparación para algo. el arte es transitorio.

La generación anterior fue la de la Poesía. La nueva generación es la del Cuento. Chile es un país de cuentistas. Esta antología quiere ser una «antología abierta». Desearía una página en blanco para cada letra del alfabeto, donde vendrían a «trabajar» los nombres de los próximos cuentistas. Yo he colocado solo a los que conozco, a los otros ―que tal vez existan― no tenía tiempo para salir a buscarlos con detenimiento.

Esta antología no puede ni desea tener un carácter excesivamente pesado o definitivo; es, para decir como todos, absolutamente relativa. Porque los cuentistas vendrán apareciendo con una velocidad increíble, desde la misma vegetación, desde nuestras selvas del sur, desde donde uno menos se lo piense. Aquí se puede repetir la historia que me contaba alguien: «Un día llegué a mi casa y me encontré, sobre la silla de mi dormitorio, a un cuentista fumándose mis propios cigarrillos».

Esta «antología del verdadero cuento chileno», esta «antología del verdadero cuento», pretende ser solo un documento. Nada puede garantizar mejor su calidad artística.

 

2

Tiempos hubo mejores en el mundo. Y aunque no los hubo, a veces. Por allá, cuando la tierra no era redonda, acostándose horizontal o vertical, hasta el borde mismo de los fantasmas, de los terrores. Porque entonces el hombre soñaba con los ojos muy abiertos, veía seres alados, cayendo, o subiendo, o en muecas de humos y de castigos infinitos. Yo recuerdo la fantástica edad, que no me pertenece sino en analogía de jardines lejanos y noches de infancia, o de presente diametralmente opuesto, aunque no tanto. Recuerdo la edad que precedió a Colón, que era loco de pie, el peor alienado, el alienado cansado y numérico, levantándose con gorro y todo del centro de un vientre de baldosas renacentistas, en que está Gutenberg y se predica y vislumbra la máquina, con inmenso terror del centro humano. Porque la verdadera locura se acuesta y descansa, de algún modo, del mundo, y ve la noche vacía de estrellas, como un globo. El mismo Colón afirmaba que el río que venía al Atlántico por el Brasil tenía su origen en el paraíso terrenal, que el mundo tenía la forma de una naranja en cuya abolladura frontal crecía una rama que estaba cogida al árbol de los primeros padres o al paraíso.

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