Archivo Miguel Serrano - Escritos

La vuelta del peregrino

Artículo

Caminando por un sendero de Montagnola.

La Prensa, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1971.

El Jardín de Klingsor

Montagnola ha sido y aún es una aldea de pintores. Hay algo en su aire, una cierta luminosidad delgada, como solo en París, en Montmartre. Hesse también comenzó a pintar aquí. Tengo una acuarela suya, del Tesino, que me regaló, escribiendo al dorso: «Ricordo de Montagnola».

La «Collina d’Oro», de Montagnola, ha sido el hogar de familias de arquitectos y de artistas de renombre. Los Lucchesi fueron arquitectos en las cortes de Praga y Viena, en los siglos xvi y xvii. Los Adamini construyen en Calcuta, Bengala y Madrás. Los hermanos Bernardazzi fueron arquitectos del zar Alejandro I. Giuseppe dibujó los planos de la Villa de Pyatigorsk, donde muere en 1840. Otro Bernardazzi construyó las fortificaciones de Sebastopol. Algunos arquitectos del Tesino viajaron con los ejércitos de Napoleón que invadieron Rusia. Los Gilardi trabajaron en la reconstrucción de Moscú. Camuzzi retornó de Rusia para construir en Montagnola una casa de estilo barroco-ruso, como las hay en San Petersburgo ―hoy Leningrado―. Es la Casa Camuzzi, donde vino Hesse por primera vez, en 1919, al terminar la primera gran guerra. Aquí llegó solo con un saco de montaña y pidió alojamiento. Traía una recomendación para la dueña, la señora Camuzzi, quien se compadeció del peregrino y le dio un piso en su casa. Allí vivió Hesse doce años, hasta el momento cuando su amigo Bodmer le construyó la villa sobre la colina. En la Casa Camuzzi escribió Demian, El lobo estepario y, tal vez, Narciso y Goldmundo… Todo esto me lo cuenta la hija de aquella dama Camuzzi, y me muestra una foto en un viejo periódico de 1927, al cumplir cincuenta años el escritor, en la que dos niñas aparecen junto a él. Están en el jardín de la casa. Una de esas niñas es ella.

Es curioso, pero en todos los años de mis visitas a Montagnola, nunca entré en la Casa Camuzzi. Solo me he parado frente al jardín a contemplar un balcón alto, donde Hesse escribiera El último verano de Klingsor. Ese balcón fue su lugar predilecto. Desde allí contemplaba las colinas, las cimas nevadas y ese jardín de sueño y magia, que ha sido llamado luego «el Jardín de Klingsor». El jardín de la Casa Camuzzi.

Y es ahora ―cuando también yo he venido aquí con un saco de caminante; he dejado mi patria, para reiniciar el peregrinar simbólico de la vida del hombre― que las puertas de esta casa se me abren misteriosamente, y soy admitido en el departamento que el gran amigo habitara, y «donde aún se conservan sus sagrados pensamientos», para decirlo con un verso del poeta chileno Omar Cáceres.


El lecho y la tumba

Todo un mes he pasado aquí. Soy el huésped del viejo amigo. Me ha tendido su mano en estos días difíciles, me ha abierto las puertas de su casa y me ha dicho: «¡Ánimo! Sé lo que te sucede, mejor que nadie lo sé. También yo inicié este viaje, dejé la patria, abandoné los hombres, o ellos me abandonaron. Aquí sufrí, aquí soñé y cicatricé mis heridas; las fui curando poco a poco. Aquí aprendí a ser sabio… Ven, vamos a contemplar el jardín…».

Páginas: 1 2 3 4

Archivo Miguel Serrano - Escritos

Cerrar
>